Libro del mes: Gog

6 de septiembre de 2016
Cuando leo a un autor por primera vez me gusta familiarizarme con su contexto para poder entender mejor su obra, en esta ocasión me lleve una sorpresa pues no me era del todo desconocido a pesar de que no había leído ninguno de sus escritos. Giovanni Papini (1881-1956) fue un escritor italiano de quién había leído antes gracias a la poeta Mina Loy, quién fue su pareja romántica, y a quien dediqué la entrada de "personaje del mes", hasta entonces sólo sabía que fue un autor reconocido en vida, traducidas sus obras en varios idiomas y alcanzado primeros lugares en ventas.

Pero Giovanni Papini se ganó su fama a pulso. Nace en el seno de una familia modesta, en Florencia rural, siendo ateo y escéptico por influencia de su padre se convierte posteriormente al catolicismo por convicción propia. Estudia para ser maestro y posteriormente trabaja como bibliotecario del Museo de Antropología (1902-1904), es ahí dónde conoce a numerosos intelectuales que lo animan a fundar una revista dedicad a la críticas de obras literarias y otras artes. Para 1906 publica sus primeros cuentos cortos y una colección de ensayos donde crítica a filosófos cómo Kant, Hegel, Comte, Shopenhauer y Nietzche, nadie escapa de su filosa pluma. Durante esta época mantiene un a relación romántica con Mina Loy, y junto a ella, se introduce al modernismo y futurismo italiano.

Se considera a Gog como su obra más representativa, constituida por una colección de sesenta relatos filosóficos, numerosos tal vez pero bastante cortos, todos sin una palabra de sobra y cargados del humor satírico que caracterizó a Papini en toda su obra.



El narrador relata el encuentro en un manicomio Goggins o Gog, un excéntrico multimillonario norteamericano quién descrito con un físico monstruoso, equiparable solo con su personalidad -egoísta, ajeno a cualquier causa o persona, se considera superior a cualquier otro y no existe en él ni una pizca de empatía-, a pesar de ello, es un personaje que atrae la simpatía del lector gracias a su empeño por buscar una respuesta a los males de una sociedad enferma y enloquecida, cuestionando al sistema político-económico, las costumbres, las religiones, y a la sociedad en general que no ha cambiado mucho desde inicios del siglo XX.

Gog le entrega al narrador unos manuscritos dónde comparte su recorrido por el mundo, sus impresiones ante distintas culturas, las conversaciones íntimas que entabla con figuras históricas -Henry Ford, Thomas Edison, Albert Einsteun, Sigmund Freud, Gandhi-; dónde detalla proyectos caprichosos cómo la construcción una isla-fortaleza dónde puede refugiarse en caso de cataclismo mundial, con comida y siervos suficientes para una vida cómoda; adecua un enorme campo con numerosos templos, capillas y espacios ceremoniales para todas las religiones y prácticas espirituales que conoce, dónde practica a conveniencia el credo que plazca dependiendo su humor; patrocina a personajes con ideas irreverentes como un teatro invisible o libros en  blanco; compartiendo en cada historia una reflexión sobre el poder, el conocimiento, la felicidad y la desgracia humana.

En palabras del narrador:
Gog es, para decirlo con una sola palabra, un monstruo, y refleja por eso, exagerándolas, ciertas tendencias modernas. Pero esta misma exageración ayuda al fin que me propongo al publicar los fragmentos de su Diario, puesto que se perciben mejor, en esta ampliación grotesca, las enfermedades secretas (espirituales) que sufre la presente civilización.
A pesar de ser una densa crítica social la lectura es ligera y fluida, en cuanto menos lo piensas ya estas por terminar el libro. Comparto un extracto de dos de mis capítulos favoritos, esperando despertar su curiosidad en esta interesante obra que me ha dejado muchas preguntas en mente. 


En contra del cielo
"El cielo me hastía e, incluso, a veces, me hace sufrir. Y en esos momentos, no puedo ni siquiera observarlo porque no sé qué hacer para vengarme y herirlo. Me siento hermano de los escitas que disparaban sus flechas contra el sol y las nubes. En suma, para ser franco, al menos conmigo mismo, odio el cielo, y con el peor de todos los odios: el impotente (...) El cielo es distante, lejano, inmodificable, hostil y no disponemos de ningún poder sobre él. Incluso, los estratos más bajos de la atmósfera son independientes de nuestro dominio. Es preciso soportar el viento que sopla, esperar el beneplácito de la lluvia, sufrir semanas y meses de tórrida serenidad. No sabemos hacer nada contra la tempestad; todo lo que conseguimos atraer, de cuando en cuando, es algún rayo. (...) Pero lo que odio más ferozmente es el cielo superior, el firmamento. Tolero el sol bestial, con su cara de fuego llena de lunares, a causa de su utilidad, ¡pero la noche, las estrellas! El infinito no me aterroriza; me disgusta y me ofende. Para sufrir la humillación de mi pequeñez bastaba la Tierra. La provocación de un cielo repleto de estrellas es desproporcionada, prepotente, fatal. Aquellos millones de soles que aparecen a mis ojos como átomos desordenados de luz eléctrica, ¿qué tienen que ver conmigo? ¿Qué quieren? ¿Para qué me sirven? ¿Por qué vuelven todas las noches, llamas milenarias, a insultar la brevedad de mis días en este ángulo vacío? El cielo es una injuria perpetua e insoportable. Las estrellas no me conocen y yo no podré nunca hacer nada de ellas ni contra ellas. (...) El cielo influye en mí y yo no nunca podré influir en él. Si le contemplo me rebaja, si le ignoro me castiga. Tiene su propia vida, misteriosa y solemne, la cuál jamás consigo turbar o mudar. Me inspira, contra mi deseo, pensamientos desagradables que me laceran, me deprimen y me quitan el valor de vivir"

Nada es mío
Lo que poseo parece ser mío, pero soy poseído siempre por aquello que tengo. La única propiedad incontestable debería ser el Yo, y, sin embargo, aquilatando bien, ¿dónde está el residuo absoluto, aislado, que no depende de nadie? Los demás participan, ausentes o presentes, en nuestra vida interior y externa. No hay manera de salvarse. Aun en la soledad perfecta me siento, con espanto, átomo de un monte, célula de una colonia, gota de un mar (...) Me veo obligado a hablar una lengua que no he inventado yo mismo; y los que han venido antes me imponen, sin que me dé cuenta, sus gustos, sus sentimientos y sus prejuicios. Si desmonto el Yo pedazo por pedazo, encuentro siempre trozos y fragmentos que proceden de fuera; a cada uno podría ponerle una etiqueta de origen. Esto es de mi madre, esto de mi primer amigo, esto de Emerson, esto de Rousseau o de Stirner. Si realizo a fondo el inventario de las apropiaciones, el Yo se me convierte en una forma vacía, en una palabra sin contenido propio. Pertenezco a una clase, a un pueblo, a una raza; no consigo nunca evadirme, haga lo que haga, de unos límites que no han sido trazados por mí. Cada idea es un eco, cada acto un plagio (...) ¿Dónde está, pues, el núcleo profundo y autónomo en el que ningún otro participa, que no ha sido generado por ningún otro y que pueda llamar verdaderamente mío? ¿Seré, en realidad, un coágulo de deudas, la esclava molécula de un cuerpo gigantesco? ¿Y la única cosa que creemos verdaderamente nuestra --el Yo-- es, tal vez, como todo lo demás, un simple reflejo, una alucinación del orgullo?

0 comentarios:

Publicar un comentario

Aprecio tus comentarios ♥

Con la tecnología de Blogger.
IR ARRIBA